La guerra de liquidación contra el Antorchismo mexiquense, lección para el Antorchismo nacional
Los Antorchistas hemos insistido en que nuestra lucha en general, y en el Estado de México en particular, no busca ni ha conseguido nunca otra cosa (siempre y en todas partes a cuentagotas), que resolver algunas de las necesidades y carencias más evidentes e intolerables de una buena mayoría de la población nacional, aunque la pertinaz y feroz campaña mediática diga otra cosa. Esto en el corto plazo. A plazo mayor, hemos dicho que peleamos por una mejor distribución de la renta nacional y por una reorientación drástica del gasto social en favor de los que menos tienen, para paliar la tremenda injusticia social en que vivimos.
Y no hay manera de ocultar esta verdad. El CONEVAL, p. ej., en su informe más reciente, dice que ocho de cada diez mexicanos, esto es, el 80% del total de la población, padece algún tipo de pobreza, y otras fuentes aceptan que unos 17 millones viven en pobreza alimentaria, es decir, que no tienen asegurada siquiera la comida del día siguiente. Las cifras del empleo tampoco son mejores, pues al 5% de desempleo abierto (más o menos), habría que sumar un 35% del ambulantaje, lo que arrojaría que el 40% de la PEA, aproximadamente, carece de empleo formal.
Están, además, el nivel de los salarios, el incremento en los precios de los productos alimenticios y de primera necesidad, el de otros indicadores como la energía doméstica, el déficit de vivienda, de salud, educación, servicios básicos, comunicación, transporte, descanso y recreo entre otros.
La pobreza, pues, no la inventó el Antorchismo; pero sí es un hecho que somos, quizá, el organismo de carácter político-social que más énfasis pone, tanto en su discurso como en su quehacer cotidiano, en la denuncia abierta de esta situación, de los peligros que entraña para la estabilidad social, en la exigencia de que se atiendan y resuelvan las manifestaciones más agudas e inmediatas de la pobreza y en que se lleven a cabo las reformas necesarias, tanto en el modelo económico vigente como en la manera de ejercer el gasto público, para atacar las causas profundas y no sólo los síntomas superficiales de la desigualdad.
Y son esta postura y esta práctica, casi con seguridad, las causas de la irritación en contra nuestra de quienes ejercen el poder político y el dinero público; es esto lo que les parece una inadmisible intromisión de gente descalificada en asuntos que consideran de su exclusiva competencia, intromisión que entorpece el “libre ejercicio del poder”, sin rendir cuentas a nadie, a que todo gobernante aspira. Les parece, además, un peligroso ataque a la concepción del poder como dominio absoluto e incontestado sobre los demás, y fuente de honores, privilegios y enriquecimiento personal y “de equipo”. Esta molestia alcanza también, seguramente, a poderosos grupos económicos, que siempre están detrás del poder político con el fin de asegurar y acrecentar su influencia social y su poder económico.
Para todos ellos el enemigo a vencer es el Antorchismo. Así se entiende mejor el odio que le dispensan los medios, casi sin excepciones y desde siempre, como lo atestiguan los sucesos de las últimas semanas. En efecto, hace meses que los antorchistas no pisan las calles del Distrito Federal en una protesta masiva; y siempre que lo han hecho, por convicción y por razones de principio, evitan pintarrajear y dañar inmuebles del tipo que sean, cerrar vialidades importantes intencionalmente, sitiar oficinas públicas e impedir la entrada y salida de empleados y ciudadanos en general, intentar derribar vallas metálicas colocadas para obstruir su paso y provocar o aceptar enfrentamientos a golpes con la policía.
Repito que esto ha sido así desde siempre, pero ahora mismo se puede constatar en los eventos de protesta que hemos tenido que realizar en ciudades como Toluca, Puebla, Guanajuato, Tepic, Xalapa, etc., para no recurrir a ejemplos más remotos que, por lo mismo, pudieran suscitar dudas en quienes no siguen nuestra trayectoria. Y sin embargo, no hay medio ni periodista que, al hablar de la lucha del magisterio en el D. F., Oaxaca o Guerrero, no nos saque a colación tirándonos de los cabellos, no nos ponga como ejemplo de “vandalismo”, de chantaje y de prepotencia desafiante hacia los poderes públicos y como depredadores del patrimonio de la ciudad y de los derechos de terceros. Al final, terminan todos olvidando el asunto central de su trabajo para centrar sus ataques, sus “críticas” y sus “denuncias” en el antorchismo y clamando “castigo ejemplar” para sus líderes. Lo dicho: el “enemigo” a vencer es Antorcha.
El ensañamiento de los medios es suyo sólo en parte; la porción mayor es inducida, ordenada y pagada por quienes se duelen de nuestra denuncia y nuestra lucha. Allí está para probarlo el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila Villegas, que no sólo ha lanzado a lo mejor y más aguerrido de su jauría mediática en contra del antorchismo mexiquense y de sus líderes, el diputado Jesús Tolentino Román y los presidentes municipales de Chimalhuacán e Ixtapaluca, sino que él mismo y sus funcionarios (o sus protegidos como Axel García Aguilera), descargan contra Antorcha todo su poder, sus influencias y su malicia para frenar su lucha, negar solución a sus peticiones y amedrentar a la gente, sin detenerse ante maniobras fuera de la ley y claramente constitutivas de delito.
Asesinatos de modestos transportistas y sus abogados, allanamiento de domicilios de dirigentes y de estudiantes hijos de aquéllos, terrorismo verbal a través del teléfono y las “redes”, siembra de cadáveres con mensajes sangrientos son algunos de los “refinados” métodos empleados en esta guerra de exterminio. Pero, ¿todo esto sólo porque el antorchismo mexiquense demanda el cumplimiento de compromisos firmados por el gobernador Ávila Villegas, varios de ellos con el aval de la Secretaría de Gobernación? Sí, eso es todo.
Pero es mucho, pues se trata de destinar dinero a obras para los pobres y de defender el derecho de trabajadores del transporte a independizarse de la explotación y la dictadura patronal de Axel García y “su equipo”. Se toca, pues, el punto más sensible de toda esa gente: el bolsillo. Y la respuesta no se ha hecho esperar.
Es claro que la guerra desbocada del Dr. Ávila Villegas no es sólo suya. Sería demasiado arriesgado y el señor no parece ser un suicida en política. Todo indica, pues, que detrás de él están fuerzas políticas y económicas más poderosas, mismas que han llegado a la curiosa conclusión de que el peligro para su dominación no es la pobreza generalizada, sino el Movimiento Antorchista; algo así como decir que la culpa de la fiebre no es el agente infeccioso, sino el termómetro que la registra, y que el remedio es, por tanto, romper el termómetro.
Creyendo que el desarrollo de Antorcha se debe a las “muchas” demandas que le han resuelto y que la prestigian con sus bases, concluyen que liquidarla es tan sencillo como “cerrarle completamente la llave”: ¡Cero soluciones de aquí en adelante! Y aquí está la gran lección para el Antorchismo Nacional: Es un error increíble, casi infantil, de los estrategas oficiales, pensar que Antorcha ha crecido por la “generosa” solución a sus reclamos y no como consecuencia obligada de la pobreza nacional. Pero esta es la verdad, y, por tanto, si la pobreza sigue creciendo, Antorcha debe crecer de manera proporcional y a igual velocidad por lo menos. Esta es la lección política de la estrategia eruvielista, y es también la tarea actual del Antorchismo Nacional.
Y si a esto se añade que el “gotero” se cierra totalmente, es decir, si se clausuran las pequeñas e insuficientes válvulas de escape que hasta hoy funcionaban, la consecuencia será mayor agudización de la pobreza y mayor inconformidad social. Antorcha debe crecer, entonces, más aceleradamente todavía. La política de “cero soluciones” es un tiro en el pie o un poco más arriba, y los antorchistas estamos obligados a entenderlo, aprovecharlo y demostrar que es así: que acabar con Antorcha sólo puede lograrse de una manera: acabando con la pobreza y la injusticia social.
Por: Aquiles Córdova Morán